Entelequia del fresco papel.
Monstruos de hojalata, princesas de rubor,
mágicas manos de mago que pintan el cielo multicolor.
Una criatura graciosa de un verde mentira,
pliegues retorcidos y olor a azafrán.
Una sonrisa sin dientes, que asoma por el ojo de la cerradura
y ojos cálidos enternecidos que escupen un triste dolor sin cura.
Una mariposa en mi ventana, de radiantes colores violáceos,
vuela bajo la lluvia sin rozar una gota,
imperturbable ante el intermitente rocío.
Un anillo redondo, infinito, no deja de girar en el piso,
incansable demuestra su eternidad,
suspirando sordas voces en mis oídos.
Flores secas estremecidas por el calor agobiante,
una mano anciana que las seduce con el agua
y vuela el pólen imperceptible, sudando aroma a tulipanes.
Millares de manchas, colores y formas
bailan arrítmicamente, desordenadas.
Se acoplan magnetizadas insinuando una figura,
se nutren de un color blanco mate y se impregnan en renglones,
asustadas ante tanto esplendor.
Se convierten en hojas limpias, en cuadernillo fresco
aspirante a ser honrado con su primer manchón de tinta.
Están vivas y nacen continuamente en un ciclo sin fin,
crecen con cada suspiro, con cada repiqueteo de los dedos en el teclado,
y vuelven a nacer en la textura del fino papel.
La tinta describe sus contornos, los limita y desnuda de todo prejuicio,
les da el alma divina, las ganas de vivir.
Corren de nuevo con alma propia por mi mente,
pícaras figuras que han de parecer desordenadas, ingenuas.
Imitan a mis pensamientos y se camuflan con las corazonadas,
cubren el cielo de luces monocromáticas.
Amigas mías todas esas formas, pequeñas creaciones del inconciente,
no puedo dejar de pensarlas, de desearlas ardientemente.
Y en cada mirada del reloj me remontan a una nueva fantasía,
me descubren inspirada y desvelada;
acompañadas de bemoles y corcheas tiñen las sábanas,
y allí estoy yo, cada noche, esperándolas.
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