Pisando Charcos

            Fue unos días atrás, un melancólico 1° de Marzo, cuando me dirigía a la Universidad Nacional de La Plata con mi paraguas bajo la llovizna inconstante y las imponentes nubes color petróleo sobre mi cabeza. Lamento mucho no haber podido sentarme en un escalón a escribir sobre el torbellino de emociones que brotaban de mis poros con el amanecer cristalizado de la ciudad de La Plata. Estoy segura de que hubiera podido experimentar ahí mismo lo que es escribir con el fluir de la conciencia; mi mente era un caos, una sucesión de ideas y pensamientos que se tropezaban torpemente unos con otros y se amontonaban en la sensación de estar escribiendo un detallado diario descriptivo. Me esfuerzo por recordar las sensaciones que vivencié y aun pueden salir frescas de mi cabeza; pero ahora están domesticadas, buscan voluntariamente un orden, se ponen en fila porque pretenden quedar bonitas en el texto y no parecer tan arrebatadas. De lo contrario no seria muy estético. 
            Pisaba baldosas remojadas, sorteando la suerte de que ninguna esté un poco floja y termine por empaparme los tobillos. Oía entre el murmullo caer las gotitas en el paraguas, que se empecinaba por volarse cuando estaba por cruzar la calle como si quisiera empeorar intencionalmente mi aspecto ridículo. También caían las gotas en las baldosas, en la calle y sobre los autos, y por qué no también en la cabeza de algún desafortunado que salió de casa sin un paraguas que lo protegiera. Creo, si mal no recuerdo, que eso me llevó a observar a las personas que pasaban por mis costados, que caminaban apresuradas e intentaban, al igual que yo, llegar rápidamente a destino sin mojarse demasiado. 
            Me puse a reflexionar sobre ellas: no lo había pensado antes, pero en ese acto contemplativo descubrí cómo un evento mínimo también es tan poderoso como un todo. Todas esas personas se olvidaban de los problemas mayores, no se acordaban de sus proyectos ni de sus limitaciones, todo eso se reducía ahora a una nimiedad, a algo tan ínfimo y banal como preocuparse porque no se les vuele el paraguas, no pisar una baldosa tramposa, o cruzar la calle rápido evitando el mínimo contacto posible con el agua. Era aliviante comprender eso, porque quería decir que todavía nos seguimos asombrando frente a los eventos de la naturaleza, y son mucho más poderosos que otros males auto-creados. Después de todo no somos sólo frío cemento de las ciudades...
            Por otro lado, desde una visión más crítica, me incomodé cuando nos vi (a todas esas personas y a mí incluida en ese montón) renegando de la lluvia, de algo tan magnífico y puro. Corríamos asustados, huyendo del contacto del agua como gatos ariscos. ¿Por qué no podíamos valorar el cáliz del cielo, la pureza de esa sustancia que es parte de nosotros en un 80%, que nos nutre y nos mantiene vivos?, ¿qué tienen de malo entonces unas gotitas de lluvia?.       
            Miré al cielo saturado de nubes grises, los edificios que se combinaban con el estilo melancólico y el ruido de las ruedas mojadas de los autos que iban de acá para allá atravesando las diagonales. Pude ver en esa escena eso que había escuchado alguna vez de esa tristeza que envolvía La Plata, pero no una tristeza negativa, sino una tristeza mágica, inspiradora, que te deja un gusto agridulce en el paladar y te invita a mirar detrás de una ventana esa ciudad congelada en el tiempo y disfrutarla en cada gota resbalada por los cristales. Me sentí en Londres por un momento y recuerdo haberme sonreído por ese pensamiento absurdo; nunca había conocido "London" pero no quería tampoco entrar en detalles porque por ahora me bastaba con esta hermosa ciudad frente a mis ojos que era propia, de mi país, de mi madre patria
            Cuando quise acordarme ya había llegado a la facultad y estaba frente a las escaleras de entrada; otras veces esas 6 cuadras (que parecen 8 por su longitud) se hacen interminables, pero hoy habían transcurrido bajos mis pies sin notar problema alguno (Esta fue otra prueba más de lo poderosos que pueden ser los eventos mínimos, los pequeños momentos). Subía las escaleras hacia el 3° piso y paralelamente trataba de registrar todos los sentimientos de aquel trayecto y, mientras mi mente estaba "loading", leí en algunos de los escalones bajo mis pies un cartel pegado, bastante descolorido, que decía "Pisando Charcos". No pude evitar reírme sola, no sabía si se trataba de una agrupación estudiantil o de vaya uno a saber qué cosa. Tampoco me importaba, ahora sabía que ese tenía que ser el título de esta "historia". Entonces me quedé tranquila y entré al aula 304 dispuesta a guardar las anécdotas empíricas en la memoria y abrir las últimas páginas del Módulo para empezar una de las últimas clases de mi Curso de Ingreso a Letras. 



P.D.: (No se ni siquiera si esto de la posdata es un término utilizable para este tipo de textos ya que todavía no estoy adentrada en el mundo de la lengua y la literatura y puedo pecar de algún error en la estructura de la gramática). Esta “P.D” podría significar, además de una “post-data”, una sigla que represente “post-día”, porque está editada justamente el día siguiente de la redacción de esta “data” con el mismo objetivo redundante de hablar de este evento. Lo que quiero decir es que, dejando el palabrerío de lado, adjunto este sumario para dejar plasmada mi impresión al despertarme y mirar por la ventana: me quede asombrada y pensativa comprendiendo que parte de ese mundo nublado y lluvioso que yo había recreado en la madrugada se había teñido en mi presente actual. El gris de esas nubes que ayer describía se había filtrado por entre los microespacios temporales y ahora se representaba en un día totalmente gris y melancólico que dejaba entrever la pretensión de “estallar” y largarse a llover otra vez. Otra vez, como ese 1° de Marzo del que les hablaba… ¿es una casualidad? No lo creo. Quizás no lo notemos y vivimos en estas causalidades de la vida que nos pasan desapercibidas frente a nuestros 5 sentidos (pero quién sabe si son capaces también de engañar al poderoso sexto sentido).

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