Contemplación.

      Parecen pasar miles de años  mientras ella mira la copa de los árboles, algunos inmóviles, contrastantes al cielo como siguiendo ese juego de parecerse a una pintura abstracta. Y un poco más atrás, allá a lo lejos, una serie de pinos se balancean inconscientemente, creando un clima de hipnosis al espectador que los observa con paciencia y admiración. Otra imagen visual que entra por sus ojos interesados son los pastos, sí, tan mísera cosa. Verdes y vivos, a los pies del mundo, aspirando a crecer unos centímetros y alcanzar a ser un poco más reconocidos. Por casualidad logra ver entre ellos una hormiga, o afinando bien la vista quizás podría afirmar que se trata de un pequeño escarabajo, que con sus patas diminutas se trepa con dificultad por el césped, luchando contra las gotas de rocío que quedaron allí de la madrugada.
      Y todo eso comienza a relajarla; además de admiración siente una plenitud interna, una sensación de inferioridad y ambigua grandeza que la abraza fuertemente. Se podría decir con seguridad que está conectada con la naturaleza y no se me ocurre nada que pueda sacarla de ese estado de contemplación.
     Sigue tirada allí mientras va oscureciendo, dejando a sus párpados vencidos cerrarse para agudizar más sus otros sentidos. En seguida empieza a percibir el susurro casi de cuna de los árboles cercanos, el viento que empuja suavemente su pelo y que trae consigo el aroma a pino y el perfume de alguna flor cercana; de un momento a otro también puede escuchar el canto de algún grillo que parece feliz porque la noche se interna poco a poco, y el croar de unas ranitas que hacen honor al eco del bosque, haciéndose notar entre la serenidad de la noche. 
     Y bajo su cuerpo sigue haciéndole compañía el pasto, la tierra, y todos los seres microscópicos que habitan en ella. Parece que todos la aceptaran sin prejuicios; se siente bienvenida, se siente identificada. Con su mano derecha vuelve a tocar el pasto, acariciándolo para asegurarse que no estar soñando, o levitando.
     Está allí sin dudas, en contacto con todo aquello que resulta tan maravilloso y tan perfecto, y está experimentando una sensación única, que me siento incapaz de relatar por el hecho de yo también estarla sintiendo al igual que ella, casi como si fuésemos la misma persona.
    Por un momento ya no escucha más nada, siente estar flotando, y se esfuerza por abrir los ojos. Se despierta sobresaltada dándose cuenta que se había quedado dormida. Cosquillea su mano. Cuando la mira descubre al escarabajo que antes vio en el pasto, ahora trepando por sus dedos, y se reprocha a sí misma haber confundido la identidad de ese pequeño ser, cuando descubre que éste prende una luz atractiva y vuela lejos con su mágica y misteriosa intermitencia, características que lo identifican como luciérnaga. Ella cree que esa fue una señal, y mira al cielo con curiosidad buscando algo que sirva como testigo. Unos rayos de luz anaranjados empiezan a rozar el cielo oscuro y poco a poco se despiertan algunas aves que alzan su voz en pos del amanecer. Se siente confundida, pero maravillada; sabe que ha vivido una experiencia diferente y que algo se ha instalado en su pecho como un ánimo de vivir que la empuja desde adentro a salir corriendo y gritar de la alegría.
     Un sentimiento de sobre-responsabilidad la impulsa a mirar su reloj, y descubre que es hora de volver a sus quehaceres. Se levanta, balanceándose un poco todavía con el efecto hipnótico de esa noche mágica y se dirige tranquila en dirección a la casa. Pero sabe que algo adentro suyo ha  cambiado; vuelve a mirar hacia atrás en una mirada de contento y gratitud, y cierra la puerta con un suspiro, dejando a sus espaldas un jardín distinto al que yacía en su patio hasta aquella noche.


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