Si no tuvieras miedo, ¿qué harías?
¿Qué nos pasa que somos
tan tibios?, ¿qué nos pasa cuando nos da tanto miedo decir lo que pensamos, o
peor, más terrorífico aún, lo que SENTIMOS? Parece que todos se esforzaran por
bloquear ese espíritu (y cuerpo) emocional como si fuese más cool, o probablemente
más seguro, ser frío y calculador.
Están ahí en todos lados,
los que dicen “yo no tengo sentimientos”, “yo no me enamoro”, “yo no lloro”, “a
mí me chupa todo un huevo”, y hasta “yo soy un hijo de puta”. Todos con una
media sonrisa, medio-orgullosos, pensando que tienen todo bajo control. Y
obviando la evidente incoherencia de pensar que se puede efectivamente tener
todo bajo control pienso en otra cosa: ¿hacia dónde vamos con todo esto?
Muchas veces me tildaron
de “intensa”, de “loca”, de “exagerada” y me aconsejaron por todos los medios
posibles que guarde el misterio, que no me exponga, que no mande-diga-demuestre
demasiado, que me relaje, que me tome todo más “light”. Y yo me pregunto, si
nos hubiésemos tomado todo tan light… ¿cómo habríamos conseguido socialmente
tantas cosas como las leyes de protección al trabajador, el voto femenino, el
matrimonio igualitario, el aborto legal…?
Montones de pañuelitos
verdes acumulados en el Congreso, gritando sin miedo que se respeten las
libertades, dando el corazón en una lucha por la igualdad, por la dignidad, por
la vida de las mujeres. Conmovedoramente hermoso. Y pudimos hacernos escuchar
pero sólo porque salimos a gritar, porque dijimos “esto sí” y “esto no”, porque
escribimos, nos pintamos, cantamos, marchamos; las redes no tuvieron miedo en
mostrar todo el despliegue abortista. Y sin embargo… cuando se trata de AMOR,
el verdadero, el que se le da a un amigo, a un hermano, a una pareja, a un
hijo, parece demasiado pesado como para gritarlo y hasta se siente fuera de
lugar. ¿Es porque está sobreentendido? ¿o es porque en realidad tenemos tanto
miedo al amor adentro que lo buscamos afuera, en carteles comunes que nos
amparen a decir “QUIERO” o “NO QUIERO”?
Pensarás cuando leés esto
qué tiene que ver una cosa con la otra, y dirás seguramente que pongo todo en
una misma bolsa por exagerada. Pero parémonos un minuto y dejemos de desestimar
los reclamos: si tuvimos tantos ovarios y testículos para luchar por igualdad,
tengamos los mismos “huevos” para decirle a alguien que nos gusta o que ya no
lo amamos más, dejar de jugar a la histeria y poner fecha y hora a la cita.
Tengamos los mismos huevos para decirle a nuestro jefe que necesitamos un
aumento porque nos están matando de hambre, o para decirle al vecino que no nos
bancamos que no tenemos tiempo para escuchar sus chismes de barrio.
Y ojo, no es la idea de
este escrito censurar esa lucha social que logra cosas tan maravillosas, al contrario,
sino que sepamos encauzar energías. Sigamos reclamando, gritando,
organizándonos, pero para todo. Logremos cosas. Pidamos por nuestros derechos.
Pero que la lucha vaya de la mano con la mesura: pensemos primero, cuáles son
nuestros derechos, cuántas cosas están mal y deberían ser de otra manera, cuán
amarrados y silenciados estamos sin darnos cuenta. Pensemos con conciencia y
con amor, para poder pronunciarnos verdaderamente por el “quiero” o el “no
quiero” y dejar de correr el riesgo de que nuestras voces se confundan con un
fenómeno de masas o hasta con una moda social, en el que perderían validez una
vez más todos nuestros derechos en deuda.
Quisiera sobre todo, que
sea igual de legal gritarle a alguien “ME ENAMORÉ DE VOS” el primer día que lo
conociste, que dibujar un cartel multicolor para anunciar que respetamos la
diversidad sexual. Ojalá que dejemos de medirnos o de hamacarnos entre los
extremos, sin pensar, sin sentir… con miedo. Porque el miedo nos atrapa y nos
limita; y donde hay miedo hay dominación. Y nosotrxs no queremos eso.
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