Y girás, y te balanceás y te contorcionás

Soldadito a cuerda,
me arrimo al abismo y te veo balancearte,
te retorcés, te contorneás, te estirás.
Veo tus manos requebrajadas, 
tu mirada cansada, 
y cuando asume algún ambiente gris
me tapo los ojos con las manos frías.

Estás débil y tu mirada oscila errática,
te lavantás y te sentás esperando a que llegue.
Y no llega. Lo esperás. Duele.
No llega el aire,
hay mucho polvo, me pica la garganta.
Y vos no apartás las manos de la ventana,
la abrís y la cerrás,
y te escondés tras las cortinas.

El acantilado se ve peligroso desde aquí arriba,
y vos tenés miedo pero bailás en el borde.
Tus piernas tiemblan, estás débil.
Y estas cuatro paredes que te anulan la mente te están entorpeciendo,
no parás de girar, de contorcionarte.
Tengo miedo por vos, no estás feliz,
pero tus labios se retuercen en sonrisas secas, ásperas.

El reloj, sigue ahí. 
Sabés que las agujas no paran.
Pero no tenés miedo por eso,
no lo querés aceptar.
La silla sigue vacía, nadie llega.
Nadie va a venir, lo sabés.
Estás solo en el cuarto, solo con el mundo,
perdido en la inmensidad de vos mismo.
Allí bien profundo.

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