Melancolía día 1
Un día común y corriente, que podría haber pasado igual que todos, sin un acontecimiento revelador. Pero lo que tuvo de especial fue la sensación de melancolía con la que estuvo recargado desde la madrugada del sábado hasta la noche ya muy internada.
No tener nada importante para hacer, on en realidad sí, pero sentir tanta indiferencia y ni siquiera gastarse en pensarlo. Además, la lluvia que empaña los vidrios combina con el paisaje entristecido; las gotas de rocío caen sobre las hojas de los árboles y recrean una atmósfera de ilusión y espejismos.
Y sentirse solo, solo como un apio sin sabor, con una mezcla de somnolencia y fastidio que produce ansiedad y termina por descontrolarme.
Sí, sola. La soledad hace juego con la melancolía. Me tiro en la cama a pensar, estática mirando al techo, y recuerdo anécdotas pasadas, junto a personas que fueron un auge en mi vida, y después se volvieron tan indeterminadas e incógnitas como cualquier desconocido. Recuerdo a esas personas y algunas emociones que me generaban, que ahora siento ajenas y distantes; todas me resultan situaciones insólitas pero a su vez sumamente placenteras.
Por ahí de vez en cuando me cruzo a esa gente, no digo por casualidad, proque no creo en ese concepto, pero sí por algún motivo del destino. Quizás para recordar estos momentos y replantearse muchas cosas, tomar una nueva (o la misma) postura ante la vida.
Así es entonces, como me sentí el día de hoy: retraída, consumida, vacía, a pesar de que las amistades típicas sigan ahí presentes, incondicionales. Hay algo que falta, una porción del espíritu que anda siendo necesario para sentirse completo.
Mirás el celular, la pantalla estática: claramente nadie se acuerda de vos hoy (ni tampoco los otros días de la semana, pero detengámonos en el presente inmediato). Creés que ese malestar de fuente incierta va a consumirse cuando ocupes tu mente en algo superficial, mundano. La computadora quizás, se te ocurre como arma inmediata, casi inconcientemente, en busca de algo o mejor dicho ALGUIEN que te llene ese vacío.
Entrás a facebook, lógicamente, pero tenés un par de notificaciones que no te cambian la vida y cuando mirás los conectados te sentís todavía más ínfimo, deshabitado. Una ventanita titila y con emoción clikeás, esperando que esté ahí ubicada la solución a todo. No, es tu amiga que te habla porque está aburrida, está en la misma que vos. Y entonces, en un intento desesperado de evadirte y negar tu condición embarazosa, cerrás todo y te tirás de nuevo en la cama a pensar, aturdida por tantos estímulos negativos de tu propia mente.
Pero esta vez, cambia el rumbo de tu pensamiento. Llegaste al punto más hondo del pozo, pasaste por la tristeza, la molestia, la melancolía, la incertidumbre y demás emociones negativas. Y te das cuenta que nada de eso tuvo sentido.
Leíste una frase al pasar que te cambió un poco el humor. (Me siento un poco ciclotímica, pero intento hacerte entender las sensaciones más profundas). Bueno, hiciste un pequeño click cerebral y empezás a ver todo con otros ojos; ya toda esa angustia existencial te parece bastante absurda (aunque sabés que cuando mires de nuevo tu muro pelado parte de esa sensación va a volver a apoderarse de vos). Sí, así se siente todo al llegar a fin de año, con la sensación de que la percepción del tiempo ha cambiado completamente y que los días del año se escurrieron con el pasar de las horas. Es ese vacío rutinario que, combinado con la lluvia que parece perenne y la melancólica soledad primaveral, producen una bomba de tiempo en la psiquis de cualquiera.
Es hora de cambiar, de percibir desde los sentidos primitivos, de contemplar y comprender. No puedo más que esperar y participar, perteneciendo como protagonista pero desde la contemplación ajena, sin rendirse a la condición masificadora. Estoy dispuesta a firmar un trato con Dios, con mi misma, con el mundo... donde me comprometo a ser y exprimir al máximo el sentido de esa palabra hasta el resto de mis días, olvidando todo lo demás y admirando el amor eterno. Ahora me doy cuenta, que eso es todo lo que quiero; que no valía la pena tanto retorcimiento. No equivalía todo eso a lo que realmente me brinda la vida.
No puedo negarlo, fue un día deprimente, pero con un sentido hermoso: el crecimiento espiritual y el aprendizaje del alma, de superar la niebla para llegar a la verdad, y sentirse pleno.
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