Almar



Los grandes amores nacen en el mar, en largas noches de estrellas, a raudales, con violencia repentina. Y por fin terminan recostándose sobre el atardecer, o sobre el amanecer, con la espalda acariciada por el sol. Porque un amor fuerte siempre, tarde o temprano, tiene el sabor de la sal. Ese que se siente al fondo del paladar y se respira de a ratos con una intensidad que somete a cualquier otro rastro de aroma. Y crece, siempre crece, como crece la marea sin que nada la detenga, dando golpazos, haciéndose lugar entre montones de rocas duras y dándole reflejo a la luna como si contorneara los secretos más ásperos de la noche.
Y los grandes amores también aman a la luna. La besan suavemente entre risas, entre sollozos, entre litros de agua. Suben o bajan de acuerdo a su ciclo, se hinchan, se expanden, retuercen y vuelven. Retornan finalmente al temple pausado de las olas bajas y se acurrucan en la arena humedecida.
La arena fue testigo de miles de amores. Los sintió recostarse en su lecho tibio de mañana recién entrada, los recorrió en todos los ángulos del éxtasis nocturno y abrazó sus pies descalzos ávidos de historias en mitad del alba. Y el amor depende de ella como lo hacen los caracoles para sostenerse en el mar. Por su parte, el agua transparente, enturbiada apenas por la espuma, recorre cíclicamente la playa de las historias. 
Pasan los años y todo lo que está ahí también envejece; envejece la piel, las ganas, las fuerzas, hasta perecer. Pero el agua persiste, en el fondo, como un alud de emociones latentes que van y vienen, que se prenden de repente y se congelan luego en largos años de vigilia somnolienta.

El amor nace y muere en el mar. Se figura como arcilla ante el golpe de las olas y se deforma lentamente como se maceran las caracolas hasta convertirse en granos diminutos. Sin embargo, perennes en la orilla, se oyen incansablemente los susurros de los amantes que se libran en el viento como ecos indescifrables. Se repiten rítmicos con un candor excelso que hace estremecer el cuerpo; vuelven siempre a los oídos de quien sabe oír el mar como vuelve el amor a los recuerdos del alma.

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