Preguntame de nuevo

    - ¿A qué le tenés tanto miedo?- me preguntaste.
    Y en ese instante no supe qué responderte.
    Pero después de que terminaste la frase sentí una vibración dentro de mi pecho como si una caja de cristal estallara en mil pedazos y todas sus astillas de vidrio quedaran inyectadas en mi corazón. Y ahora, cuando doy un respiro profundo, siento que se clavan cada vez un poquito más. Pasó el tiempo (no sé en realidad cuánto) pero nunca se fueron los pinchazos.
    Desde ese momento que vengo pensando en tu pregunta, así con el corazón medio herido y la misma sensación de vacío en el estómago que sentía mientras te miraba a los ojos.
Si no te hubieras ido, te respondería. Si estuvieras acá te diría que sé la respuesta. No necesité pensarlo mucho, la tenía ahí al filo de la lengua y salió escupida desde mi pecho cuando algo estalló bajo mis costillas.
    Preguntame de nuevo: ¿a qué le tenés miedo?. -A vos- te respondería. 
    Tengo miedo a lo que puede pasarme al lado tuyo, no porque seas peligroso, siempre fuiste un dulce, quizás demasiado para mis ojos. Pero tenía el presentimiento de que con vos iba a sufrir, que no eras para mí. Sin embargo, te esforzabas en gustarme más y más, y a mi se me ahogaban las palabras. Por miedo... miedo al amor, a lo bien que me hacías. Sabía que ibas a dejarme, que en algún momento te iba a tener que llorar. Y no fue así porque tuve que dejarte antes, sin poder contestarte a la pregunta, porque en el fondo no me animaba a decirte que estaba recontra enamorada, que estaba cagada hasta las patas porque eras todo lo que tenía y si te perdía... no me quedaba nada. Espantada me tenías. Porque en realidad no le temía al amor ni a vos. Vos no eras el peligro, pero esa remota posibilidad de tu ausencia, me dejaba desnuda y cara a cara con el más oscuro monstruo de tu silencio: la soledad.
    


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