Árbol equilibrista

Qué fácil es ponerse a gritar,
a llorar,
enojarse cuando el alma duele.
Derretirse a pedazos,
pudrirse 
de a poco,
lentamente,
como si cada parte
se cayera hacia abajo,
se limitara a colgar inerte. 
El corazón que late desesperado,
con miedo,
con pánico
y los nervios que se erizan
en ese temblor interno
que me paraliza por partes.
No tengo razón,
no quiero tenerla
sólo mis entrañas se sacuden
anestesiadas por la tristeza,
extasiadas por el dolor.
Recoger las frutas secas
¿inmaduras?
de un árbol que apenas vive,
que apenas crece,
que apenas se puede parar
firme
frágil:
Árbol equilibrista.
No sé si seguir negando 
o empezar de nuevo,
morder la fruta seca,
saborearla amarga, 
corroer los dientes
y tragarla al fin
con la saliva deseante
y el gusto ácido
pero penetrante
de quien ha arrancado
de una vez por todas 
la Victoria angustiante
del corazón amante. 

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