Hiatos de ciudad

     ¿Qué sentís cuando te contemplas rígido y agitado en un asiento de colectivo atravesando el Gran Buenos Aires? Gran. Gran ciudad. Gran espacio de cemento interminable, de calles, avenidas, edificios, asientos rectos, fríos y homólogos. Falso tren de la alegría el de las velocidades urbanas, ¿a dónde vas con tus vagones grises, apretados y con tus asientitos enfilados uno detrás de otro como si quisieran esquivarse las miradas?.
                       Quiero conocer este mundo (des)conocido, quiero conocerte a vos detrás de tanto smog, conocerme, detrás de tanto orgullo, conocer y poder ser, detrás de tanto ego-egoísta. Este mundo, la esfera terrícola de la urbanidad que dispara continuamente contra el más blando, que lo ataca desprevenido, quiere enrollarnos en un torbellino mentiroso de prosperidad y productividad. A este mundo  no quiero obedecerlo; a mi el sonido me persigue pero no me alcanza porque tu sangre me late aquí y allá, y mi sangre mientras tanto la derramo con desquicio cada vez que me arranco el cemento de la piel y rasguño la desidia que nos abraza como lluvia ácida. 
            Vos, que todavía me oís, acompañame en esta marcha desbocada para construir la defensa, el hiato, la rebelión: para sembrar el paso firme que grita inconformidad. Te habrán hecho creer que esas son malas palabras, pero en realidad son el arma estéril de una esperanza que no puede apuntar a nadie porque la tienen en la mira, controlada, vigilada (¿y castigada?).
                                       Pero basta gran Gran ciudad, basta de sacudir sin agitar, basta de ceder sin aportar, basta de acceder a la irresponsabilidad, basta de resguardarse en la pasividad. ¿Alguna vez te miraste las manos sucias cuando viajabas cómodo en el asiento de cemento? ¿qué se siente no haberse replanteado nunca cambiar el trayecto de una ruta sin salida aparente?. Pensemos. Actuemos. Despertemos. Y escupamos sin culpa que la saliva nos moja pero sana las heridas que nos hace el smog. 

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