marcasymarcos

    Escribo en la hoja. Escribo sobre la ventana. Pero a través de la hoja veo la ventana y en la ventana aparecen las letras: un marco cuadrado, y adentro el espacio vacío, lo incompleto, lo que hay que llenar con tinta, con imaginación, con recuerdos. El paisaje de curvas y líneas rectas se dibuja con desasosiego, tembloroso, pálido. Los errores del terreno, los tachones, las equivocaciones, oscurecidas por la mano firme, encaprichadas en quedarse fijas para que la mente no se olvide de ellas, se tornan importantes en el terreno baldío.
    Miro a través de la ventana. Hacia adentro, como si observara con los ojos invertidos todo el contenido sangrante de mis venas. Hacia afuera, los contornos, los límites, la piel, las manos, la hoja llena: llena como está la ventana de perspectivas distintas, arriba, abajo, izquierda, derecha... la recorro escribiendo sus bordes desordenadamente, imprimiendo MIS marcas en ella, casi como si fuera el instante definitorio de la identidad. Pero ¿y si alguien viniera y borrara criminalmente los dibujos de ese paisaje y en su lugar introdujera frases sentenciosas?, ¿y si, peor aún, alguien se hiciera pasar por el autor de esas marcas y plantara sólo algunos árboles nuevos, llevándose el mérito de esa imagen?. ¡Locura!, todo lo sólido se desvanece en el aire, y de un momento a otro, tengo la hoja vacía y la ventana que da a un abismo infinito, cargado de incertidumbre, de desazón. 
    Lo único que queda es el marco de la ventana, el marco de la hoja, el espacio cuadrado que limita, contiene lo que vive allí y lo que está por venir. Esa, esa es la instancia de lo inminente, aquél delicioso sabor del saberse vertiginoso porque no se tiene nada en mano pero se tiene todo en mente. Me recuerda lo que alguna vez leí o contemplé mirando por una ventana que daba a un patio grande, con lugar para mil árboles y mil frutos, pero solamente había mil semillas por sembrar: débiles, desamparadas, desnudas frente al peligro de quien pueda cuidarlas o pisotearlas. Así está esta hoja que escribo sobre la ventana, y esa ventana escrita y reescrita pero vacía de materiales y llena de potencias. 
    Tal vez era verdad que la imaginación es un arma de doble filo: te provee de imágenes pero también te corta. La hoja filosa corta a quien quiere atreverse a doblegar su forma cuadrada. La ventana angulosa corta a quien se atreve a ir más allá de las imágenes que proyecta su contorno, y a quien, por casualidad, se atreve a convertirse en ellas y borronearse.

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