Cuerpos y agua
El despojo. Un alud de pensamientos y las ropas que caen en el piso. La gravedad que desplaza las prendas desde el brazo cubierto hasta la mano blanda, dejando desnuda la piel tiesa y cristalina. Y el caer de las gotas. Intermitente. Con su rugir amigo y el bamboleo de las ramas con el viento.
La melancolía como el aguardiente. Y la espera que espera desdichada como espero yo recostada en el lecho. En lo profundo de mi pecho siento el golpeteo rítmico: el corazón con su clamor y las gotas en el techo.
Agua, piel, cabellos, sábanas. En la unión de los cuerpos se desnuda el alma y se anudan las piernas, las manos, las bocas, los pechos. Y el tiempo que se escurre entre suspiros rebota una y mil veces en mi cintura. Aquella, la melancolía, se recoge en las comisuras de tus labios cuando te miro.
Las gotas en el techo. Y en tu cara. Arrítmicas, húmedas, se desplazan por la piel tiesa, contraída. La gravedad antojadiza arrastra las lágrimas que van derramándose en el pecho abierto, en el lecho oscuro, en el techo frío.
Despertará el algodón las penas que se anidaron alguna vez en nuestras venas vivas. La sombra las sosegará. Y el río que formaron las gotas detrás de la ventana y en el valle de tus mejillas se llevará con la corriente el clamor, la vigencia, la intermitencia. Quedará el resabio de algo que palpitó aquí dentro, que rugió allí fuera, que sedujo a las almas hacia la ardiente corriente del carmín deseo.
Humedad, ecos, respiraciones suaves. Entre los hilos y la noche te cubren mis brazos, tus cabellos alborotados se enredan entre las constelaciones y en el rincón más remoto desfilan nuestras figuras barnizadas por el fulgor del firmamento. La lluvia, que afuera calma y adentro abruma, se va escurriendo por los bordes plateados de tu cara adormecida. Calla el piso, florecido en prendas arrimadas azarosamente, y calla el techo, desflorado por el rocío matinal. Testigos anónimos de una escena que se desordena, se tergiversa, se desvela y se confunde con el clamor de las cuatro paredes oscuras,
En mis huesos la melancolía. Y en mis venas el recuerdo de esa lluvia que cesó y la vorágine que se quedó en tu rostro somnoliento y se fue con las lágrimas.
En el piso las ropas amontonadas y la piel tiesa, cristalina, de un brazo que deja resbalar la desnudez que alguna vez fue cuerpos y agua. El despojo. La melancolía. Y el aguardiente que tiñe mi pecho oscuro, que moja las sábanas frías, que quema el techo abierto.
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