Cavilación

N
que destila obviedad.
Se quiebra en el instante definitorio,
en el no,
en la negación 
en la determinación.

N 

que anula esperanzas,
detiene el tiempo
y lo colapsa
en una imposibilidad.
Algo que nunca se hará realidad,
aquello que nunca pasará,
o que nunca pasó
o que tristemente se olvida
para nunca más recordar. 

N

que surge del vacío
porque no hay cómplices
ni testigos.
La sensación de no ser nada,
ser ese nadie que abruma
y que acompaña la soledad.
Nadie que escuche
ni que grite,
estás solo con tu atrocidad.

N

que se define en su propia nulidad,
y se retuerce en la noche
de la vanalidad.
Aquel nudo que ata la verdad
y que nos recuerda
una y otra vez
que no queda ninguna posibilidad.
Y cuando llega el fin,
nos desgarra la náusea
de perder a la distancia
aquella oportunidad
que se la llevó el naufragio
de mi propia identidad.

Y así nomás

quizás
también...

N

que se torna libre,
que nace en los ríos
en el aire
y en las nubes.
Naturaleza rústica 
de los nativos espíritus 
y las más bellas epifanías.
Ninfas que seducen,
niños que sonríen,
aguas del arroyo nítido 
que animan al alma
con su impetuoso brío.
Y así sin más
el negro se torna blanco
y el blanco se torna azul.
Azul claro lleno de vida
que en el cielo rasga el contorno
de alguna nova que rige al Sur.


seductora,
mixta,
implacable.
Nexo que palpita
bajo la tierra mansa
y nos devuelve enredados 
a la unión prístina 
de nuestras almas.
Y ese tal vez
que se torna nuestro
es génesis de un nuevo comienzo.

Aquí nosotros 
en el halo del sol
bebiendo la vida
en un resplandor.
Y aquella nada sobria
que llaman vacío,
es también parte
de un todo revuelto
que tiene mi nombre,
que tiene mi acento,
que crece vigoroso
en el nido tibio
de mi pecho adentro.


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