Entrometido

     Está oscuro, pero muy cálido. Sí, me siento cómodo en este espacio y no tengo miedo porque me prometieron que aquí nada podía ocurrirme. Es cierto, no puedo ver que hay a mi alrededor ni qué existe más allá de estas húmedas paredes... pero estoy tranquilo; aquí los pensamientos brotan deliberadamente. 
     No sé por qué surge de vez en cuando esa incertidumbre de quién soy y dónde estoy, pero no pasa de un instante; luego recuerdo lo importante: mi misión. Me encargaron que no la olvide y debo estar muy atento cuando llegue el momento. Me pregunto qué me esperará cuando deje este lugar y transpase esa puerta, cómo se desencadenarán las cosas, quiénes me esperarán del otro lado. 
     Algunas veces oigo voces afuera, medio sordas; no logro entender lo que dicen porque no conozco ese idioma pero siento su vibración, su entonación, su fuerza. Suenan violentas y dañinas casi siempre, es obvio que algo no anda bien allá afuera.Y no sé por qué motivo, cada vez que oigo esas voces me siento triste, profundamente dolido y hasta enojado. Pero siempre, siempre, sufro un dolor en mi cabeza muy adentro, como si ciertos dígitos se grabaran en la memoria interna para permanecer allí por siempre.
     Ahí está otra vez: gritos, cada vez más altos y más cercanos, y de pronto las paredes vibran tras un golpe fuerte que suena hueco. ¡Hey! ¿acaso no saben que yo estoy del otro lado?. Estas turbulencias me hacen agitarme de un lado a otro y dar un par de vueltas. No sé que pasa, pero me siento débil y triste. Me duelen los huesos y me vuelvo cada vez más frágil como un capullo que no logra ver el sol...
    Esta vez ha ocurrido algo diferente: mientras ellos gritaban allá, se desprendían de mis ojos unas micro partículas húmedas que rodaban bajo mis párpados cerrados. Muy a menudo me angustio pero en seguida recuerdo lo que me encomendaron y me siento pleno; sé que es parte del plan. Aunque, por otro lado, también siento que a medida que crezco me vuelvo más humano, y por lo tanto, más débil.
    Percibo que se acerca el momento. Enfrentar mi identidad, vivir la parte dura y fría. Es probable que vaya a extrañar este estrecho escondite acogedor pero será por poco tiempo.
    No sé si fue hoy, ayer o mañana, no entiendo aún las entidades de tiempo porque acá no existe el TIEMPO. Concretamente, alguno de esos momentos, comprendí que esas voces que escuchaba era papá gritando, y supe inmediatamente que mi llegada a este mundo no iba a ser celebrada. Puedo sentir el dolor y la frustración que construyen estas paredes uterinas y siento ese olor medio lúgubre de una ceremonia demasiado falsa; he comprendido que ése es el motivo de mis huesitos débiles. Mi concepción no había sido deseada; papá se negaba a reconocerme y mamá me despreciaba. Estaban disgustados, me maldecían, y yo a pesar de eso los amaba. No sé por qué, no soy capáz de experimentar ese sentimiento de odio, y los he logrado comprender. Ya lo he asumido hace rato, medio angustiado y medio resignado. Después de todo, así es como debía ser... yo lo sabía, y ellos no. 
    Siento gritos una vez más, pero estos son sólo de mamá (los de papá no los escucho hace tiempo), hay mucha gente alrededor que se agita y acá se empiezan a contraer las paredes húmedas que me resguardan. Es la hora, al parecer. Mamá llora y sufre; yo he empezado a girar un poco y estoy medio adormecido. Tengo aquí una soga o algo así que nace de mi ombligo, pero está alrededor de mi cuello y me está apretando un poco. 
    Las puertas se abren, empiezo a ver una luz tenue y por un movimiento de inercia me voy desplazando de a poco hacia la apertura. Algo ocurre. Este cordón me está apretando mucho y me lastima. Entiendo que si no puedo librarme de él no lograré traspasar el estrecho agujero con vida. No podré conocer los rasgos de mamá ni percibir su sentimiento cuando me vea.
    Recuerdo los gritos, los golpes, el odio y la tristeza y entiendo que éso es lo que me espera allá afuera. Me pongo triste de nuevo y a medida que me deslizo mi garganta se va estrechando con la presión del cordón alrededor de mi cuello. Pero de pronto, como una idea iluminadora y salvadora, recuerdo esas palabras de mi espíritu que me susurraban que recuerde mi misión. 
    Me siento aliviado y tranquilo ahora; otra vez dos de esas gotas han rodado bajo mis párpados: es el momento en el que debo cumplir con lo que me han asignado. No sé si la hora había llegado antes, o ellos lo habían provocado. O quizás yo mismo había preferido hacer más breve el curso de las cosas y sufrir ahora lo que iba a sufrir durante ese corto tiempo de vida que me había sido destinado.  
    Ma, pa: los amo, éste es mi destino y he venido a mostrárselos. Cierro los ojos y me duermo profundamente, justo antes de tener que abrirlos a la luz de la vida.  

 

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