Truenos liberadores
Si aceptara mi desdicha me declararía culpable de un abandono consciente. Prefiero evitarlo y pensar con orgullo que la tinta se imprime en mis venas, que mis pensamientos vagan entre palabras sofisticadas sin darse por aludidos.
Suena de pronto un trueno, o quizás un disparo. Un estruendo que estalla en el cielo y deja un eco de dolor resonando entre los álamos y los pinos. Al compás de ese sonido que se convierte luego en murmullo resuena el viento en las hojas, y si contemplo el paisaje puedo observar que todo se inclina dominado por esa fuerza omnipotente. Esa fuerza que puede sonar violenta, con sus rugidos amenazadores y su vaivén abrupto, pero también es liberadora sana la tierra con su llanto de damisela. Trae consigo esa frescura renovadora que azota el espacio dejándolo en silencio, dejándonos mirando medio paralizados, medio aliviados, su imponente llegada.
Vuelvo a la hoja, al aquí y ahora, a lo concreto. Pero intentando dejar en segundo plano el ambiente que me rodea descubro que pasa a ser de máxima importancia. Porque esa tormenta soy yo. Esa lluvia que truena ahí afuera es la misma que late dentro de mi pecho y de mi cabeza. Alguna vez aprendí que no existen casualidades y soy consciente de que esta no es la excepción. Todo cierra casi cuadralmente.
A medida que escribo, el caudal de palabras y de ideas se revuelve acá adentro, no se si imitando o acompañando el sonido de las gotas que aceleran su caída. Todo ese sonido transformador, caótico, resuena en mis oídos y también en mi corazón que late apresurado. Ésa soy yo, ese parche de cielo que hace caer milagros cristalizados, que se descarga violentamente y se libera rezongándole al mundo que ésto no es suficiente y que tiene la fuerza necesaria para romper con el esquema.
Soy así, rezongo, pataleo, transformo y también tengo el apoyo del sol; eso me hace vibrar e iluminar en una frecuencia positiva. No quiero provocar que eso se detenga.
¿Puede ser que a la inspiración la traiga la tormenta? El mundo es cada vez más cómplice de lo que nos pasa, y nosotros, que no sabemos verlo, hacemos tanto por alejarnos y tan poca cosa por encontrarnos...
Si pudiera pedir un deseo quisiera que todo esto fuera así, que retumbe, que suene, porque dicen que la tormenta, el desorden, es el primer paso hacia la liberación.
Suena de pronto un trueno, o quizás un disparo. Un estruendo que estalla en el cielo y deja un eco de dolor resonando entre los álamos y los pinos. Al compás de ese sonido que se convierte luego en murmullo resuena el viento en las hojas, y si contemplo el paisaje puedo observar que todo se inclina dominado por esa fuerza omnipotente. Esa fuerza que puede sonar violenta, con sus rugidos amenazadores y su vaivén abrupto, pero también es liberadora sana la tierra con su llanto de damisela. Trae consigo esa frescura renovadora que azota el espacio dejándolo en silencio, dejándonos mirando medio paralizados, medio aliviados, su imponente llegada.
Vuelvo a la hoja, al aquí y ahora, a lo concreto. Pero intentando dejar en segundo plano el ambiente que me rodea descubro que pasa a ser de máxima importancia. Porque esa tormenta soy yo. Esa lluvia que truena ahí afuera es la misma que late dentro de mi pecho y de mi cabeza. Alguna vez aprendí que no existen casualidades y soy consciente de que esta no es la excepción. Todo cierra casi cuadralmente.
A medida que escribo, el caudal de palabras y de ideas se revuelve acá adentro, no se si imitando o acompañando el sonido de las gotas que aceleran su caída. Todo ese sonido transformador, caótico, resuena en mis oídos y también en mi corazón que late apresurado. Ésa soy yo, ese parche de cielo que hace caer milagros cristalizados, que se descarga violentamente y se libera rezongándole al mundo que ésto no es suficiente y que tiene la fuerza necesaria para romper con el esquema.
Soy así, rezongo, pataleo, transformo y también tengo el apoyo del sol; eso me hace vibrar e iluminar en una frecuencia positiva. No quiero provocar que eso se detenga.
¿Puede ser que a la inspiración la traiga la tormenta? El mundo es cada vez más cómplice de lo que nos pasa, y nosotros, que no sabemos verlo, hacemos tanto por alejarnos y tan poca cosa por encontrarnos...
Si pudiera pedir un deseo quisiera que todo esto fuera así, que retumbe, que suene, porque dicen que la tormenta, el desorden, es el primer paso hacia la liberación.
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