Crónicas de la cotidianeidad: Molestias peculiares
Descubrirse de pronto en una situación cotidiana y notar que se han audizado los sentidos, entonces esa situación deja de ser cercana para ser observada de lejos, ajenamente, y analizada detenidamente. Te sentís, de un momento a otro, desubicada, como si los sonidos alrededor empezaran a sonar sordos y descomunales.
En cuanto te esforzás por entender por qué te sentís en un pozo profundo te das cuenta que estás setada ahí rodeada por tu grupo de amigas, en medio de una aparente discusión o debate. Intentás prestar atención en lo que están diciendo. Parece que discuten si ese conjunto de ropa combina con aquel otro, o quizás estén criticando a la pobre infeliz que usa las uñas fluorescentes; realmente no lo sé con precisión, y tampoco me importa. Intento abstraerme de la situación, ya un poco incómoda, pero me resulta casi imposible porque me doy cuenta que (a la fuerza) tengo que compartir ese momento con aquellas personas, aunque sienta ganas de salir huyendo. No es que sea antisocial, ni que tampoco no los quiera; al contrario, me obligo a intentar participar porque sé que ellos valen la pena, entonces tengo que suponer y aceptar, en mi pesar, que esa inútil discusión tenga algún fundamento u objetivo lógico, productivo.
Entonces, vuelvo a intentarlo. Agudizo el sentido auditivo, y entremechando oraciones concluyo en que están hablando del fin de semana, si es mejor salir aquí o allá y si va a llover o hacer frío según el pueril pronóstico del tiempo. Otra vez me siento lejana, no sé por qué motivo pero hoy este tema me resbala completamente. Empiezo a sentir ganas de irme al carajo (con perdón de la expresión), de salir de esta realidad superflua e ir a un lugar donde haya quietud de pensamiento, relajación y se respire aire puro, recargado en vitaminas y arte.
Pero no, ahí estoy yo. Y cuando giro la cabeza descubro a mi amiga junto a mi silla, observándome con una expresión preocupada y me digo a mí misma: seguramente tiene algo importante para decirme. Pero mi corazón se detiene por un instante cuando escucho de sus labios algo relacionado con qué voy a ponerme el viernes. No sólo me equivoqué en mi conclusión sino que además, mis ganas de "irme al carajo" se intensificaron en gran medida y ahora esa sensación de compasión se transforma bruscamente en bronca y por un instante siento ganas de matar a todos, despertando inevitablemente el instinto asesino, casi como el que me provocan los payasos y los mimos.
Contesto a la pregunta, por no dejar de ser cordial, con un seco "NO SÉ" y huyo despaborida en busca de consuelo; en otra parte tiene que haber un sitio donde sentirte cómodo. Peeeeero, para mi desagrado y desilución, no encuentro otra cosa que millares de conversaciones semejantes, alarmantemente carentes de profundidad y situaciones irritablemente inútiles.
Ellos me provocan sadismo y me siento culpable, porque reconozco que mi cuerpo en ese momento escupe misantropía por los poros; me siento tan apartada y ajena, como un perro abandonado y perdido. Pero no sé aún si darme pena por mí misma o en realidad por todos ellos. Esa, es una de las crónicas de mi cotidianeidad.
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